sábado, 24 de diciembre de 2011

Los niños de verdad


Cómo el tiempo de los sueños. Miranfú.
Caperucita en Manhattan.
Carmen Martín Gaite

Ayer, leí en un artículo que los niños son los únicos que saben comportarse en Navidad. Son los que creen, de verdad, que estas fechas poseen la importancia de la seriedad que necesita todo misterio. Son los únicos con auténtica capacidad de creer. El resto, nos engañamos. Aunque yo tenga un hechizo que leí en un libro mágico. Las instrucciones son muy sencillas, pero tienen el poder de hacerte volver al pasado, a  nuestra infancia cuando todavía éramos auténticos creyentes. Sólo hay un requisito imprescindible: cuánto más cínico sea un adulto, más alto debe articular las palabras mágicas. ¡Miranfú! Es por eso que nos duele madurar, porque cuanto más sarcasmo almacenamos, más nos distanciamos de ese niño que fuimos, más necesitamos gritar. En realidad, a nadie le gusta crecer, excepto a los niños. Pero los niños tienen un pequeño defecto: se sienten inmortales, se creen y nos creen, a los adultos, seres infinitos en donde el tiempo apenas cobra importancia hasta que la conciencia los despierta y los hace darse cuenta de la suerte de contar con la familia y los amigos. Es en ese instante, en el despertar de la conciencia, cuando algunos de los niños se convierten en niños de verdad. Otros, la mayoría, se disfrazan de adultos. Como niño de verdad, --no podría ser de otra forma porque me dan miedo los payasos--, tengo la suerte de contar con una gran familia donde las rencillas entre cuñadas, primos y hermanos vuelan con más cariño que malicia. Tengo la suerte, además, de contar con mis amigos. Ellos albergan mi memoria, mis momentos más felices, al igual que yo conservo un pedazo de los suyos. Éste es el secreto de la Navidad, el recuerdo de todos estos instantes, el darse cuenta de lo afortunados que somos. Y ese sentimiento pertenece sólo a los niños de verdad. Quizás también pertenezca a los adultos, pero éstos se preocupan demasiado en ocultarlo, porque tienen miedo de perderlo, o miedo a que se les queme el pavo. Yo también lo tengo: a veces me disfrazo de adulto porque queda guay ser mayor y conducir un coche. No obstante, estas navidades he decidido hechizarme con la palabra más mágica del mundo. Para que funcione bien debes cerrar los ojos con mucha fuerza hasta que duelan los párpados y enunciar (según tu nivel de cinismo) en voz alta ¡Miranfuuuu! Es la única fórmula de curar a los adultos y convertirlos en niños de verdad. Y como niño de verdad tampoco es que me sienta más especial ni inteligente, ni más ingenioso, ni gracioso, ni siquiera más juguetón. Tampoco me desvivo por nadie: sigo siendo el de siempre.  Pero algo ha cambiado, pues cuando observo mí alrededor y constato el cariño que muchas personas me tienen, no puedo hacer otra cosa que sentirme afortunado e injustamente feliz. ¡Miranfuuuuu!

Feliz Navidad

jueves, 22 de diciembre de 2011

Lotería de Navidad


 "Este verano comencé a escribir una novela corta. Y hoy he recordado este fragmento"


Hay una costumbre que voy a tomar a partir de ahora, y es la de comenzar la navidad el 22 de diciembre de cada año”.  Eso fue lo que pensé un día cuando apenas tenía uso de razón. Si es que lo llegué a pensar. Y es que siempre, desde chiquitin, cogía un manta, encendía la tele y ponía la uno. Me levantaba muy temprano para oír desde el primer hasta el último de los números. Aunque yo no llevara ninguno. Ahora, con la edad de siete años, mi abuela me compra todos los años una participación de la iglesia del Buen Consejo, y mi padre me anota los números que él ha comprado para que esté atento y sin pestañear. Cuando el sorteo acaba, mi abuela, que había estado haciéndome compaña desde el sillón y roncando como lo haría Batman, se despierta y me pregunta qué si ha salido el gordo. Y es entonces cuando, desde ese preciso momento, decido establecer  una nueva costumbre: a partir de este año, devolveré los décimos sin premiar. Total, están sin usar y  para qué los quiere uno. 




Feliz Navidad


miércoles, 21 de diciembre de 2011

Malcrianza

"Este poema se inspiró en unos versos de Noemí Trujillo Giacomelli
 y forma parte de mi último poemario"


Malcríame
entre mis piernas,
tus caricias.


Malcríame
y llévame a casa tarde,
déjame estar
en tu cama
un ratito más.


Malcriáme a besos,
fue tu promesa,
tu desliz
malcriarme a engaños,
a mentiras.


Malcriarme al olor
de otro,
al sudor tuyo
mezclado con el perfume
desconocido.


Entonces fui yo
quien te malcrió
a inocencia.


Te malcrié a una
mente crédula,
al perdón
sin necesidad
siquiera
de pedirlo.


Te malcrié a mi falta
de orgullo,
a mis silencios
cuando las palabras
estallaban en mi boca.


Y al final entendí
que te malcriaba
para que me malcriaras


Y al final viví
supe, un sueño de calabaza
rota miel de amor color amarga.

jueves, 20 de octubre de 2011

La acera del medio

No recordaba ni la contraseña. Sigo vivo, todavía dando coletazos y perfilando mi nueva línea editorial. Si algunos directores de cine dedican años enteros en producir películas que parecen un McPollo a base de documentales geodésicos de la 2 y episodios perdidos de Hermano Mayor, supongo que estoy en el derecho de callar durante meses y no decir ni pío para luego soltar esta mierda de post. Pero debéis comprenderme, cada vez que me pongo a escribir un artículo serio me salta la vena lírica o me salen sarpullidos políticos. Y lo que es peor, redacto enormes ronchas filosóficas y otras protuberancias autobiográficas que contienen miles de palabras inútiles y que acaban debidamente en cuarentena en la papelera de reciclaje. Por eso, estoy esperando a aclararme el coño. Hasta que lo haga, no sabré que acera coger, si la de enfrente, o la otra. Como mucho, si algo malo me ocurre con esta duda existencial es que, quizás, opte por la acera del medio.


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viernes, 20 de mayo de 2011

La generación nini

"Sin casa/ Sin curro/ Sin pensión/ Sin miedo" Sin Futuro

Nos llamaron la generación nini. Los que ni estudian, ni trabajan. Lo cierto es que algunos de nosotros estudiamos más que varias generaciones juntas. Lo cierto es que, trabajando no podíamos (ni podemos) intentar siquiera independizarnos, primer requisito para establecer un mundo propio, o al menos para desarrollarlo. Pero rompimos las reglas, no por valentía, sino por impotencia, por la necesidad impuesta de conformarnos con el cuartucho familiar en el que crecimos. Esa es nuestra generación, la generación más mimada de la historia, pero la generación que ha visto el mundo tambalearse. La generación de la vagancia. Nadie apostaba por ella. Pero nuestra generación no la conforman ni viejos, ni adultos, ni jóvenes: somos los que perdimos el partido en un sistema amainado por los bancos, y consentido por los árbitros corruptos del gobierno. La generación que ni se identifica, ni se conforma, ni cree en el bipartidismo: ni en la derecha, ni en la izquierda española, ni en el PSOE, ni en el PP. La generación de los videojuegos, de los internautas, de los perros flautas, de los frikis. La generación de los indies, de los intelectuales, de los cotillas, de los que curran, de los que hincan los codos, de los que perdieron su hogar, y de los que lo conservan. Somos la nueva ola, el nuevo impulso, el nuevo mayo francés. Somos, la generación Nini.


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Fragmento de mi nuevo poemario

"sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos." A.Machado, Las Moscas


Cada pedacito de pastel

en tu boca

sedienta planta carnívora

de moscas

muertas.


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sábado, 14 de mayo de 2011

Smog

"Se me ocurrió que la extraña niebla que antes habíamos visto se habría disipado, pero no era así. Por el contrario, avanzaba. En aquel momento había llegado a la mitad del lago." La Niebla, Stephen King


Cuando quise despedirme, a la vuelta de esa esquina en la que nos decimos adiós, pude ver el reflejo de tus ojos, el sabor de tu labio inferior, la palidez de tus mejillas. Y entonces me convenciste, te convencí. Quédate un rato más, un rato más hasta mañana. Retorno y vuelta sobre nuestros pies para, nuevamente, tropezar en los escalones mientras me besas y avanzar hacia la cama donde rozar en mi espalda la noche hasta la apertura de una mañana fría pero densa. Densidad matutina que parecía haber vestido el humor de nuestras sábanas, vistiéndose de ella, y engalanándose con la pesadez propia de una habitación mal ventilada. Por eso al abrir las ventanas, la quietud del cielo me asombró en su ausencia. El cielo, que yo entendía como tal, se había esfumado. No alcanza a ver aquella casa de enfrente, aquel jardín donde cada mañana una anciana proveía de comida a los gatos callejeros, ni el hambre del vagabundo en la acera, ni el kiosco de Alfonsín que me guardaba el periódico de ayer, noticias que a nadie interesara. No podía encontrar ni el olor a huevos con beicon del vecino. Se había desvanecido hasta el sonido de las bocinas, el llorar de los niños. La sonrisa de tu rostro.

Te miré y supe discernir que ya no pensabas quedarte un rato más, que no volvería a convencerte, que debías ir al trabajo aunque fuera domingo. Sabía que me convenía reír cuando mintieras. Por eso reí siempre.

Al salir por la puerta, te acompañé. Pero tú, envuelto en la sencillez metafísica que predicas no te diste cuenta de que el smog nos había transportado a un planeta, mi apartamento, del que no conseguiríamos salir. Sumido en tu ignorancia, golpeaste la calle con los pies cayendo al suelo. Suelo inexistente, reconvertido en terreno blando, viscoso, como nube silenciosa que te hubiera absorbido entre sus fauces sino fuese porque te agarré fuerte de las manos. Helado, te acercaste a mí, calentadote con mi aliento, mojando mi camisa con tus lágrimas. Y Entendiste. Entendiste que nunca podríamos saborear el cereal, que se agotaron los sábados de fútbol y las horas muertas de parques verdes, flores amarillas y árboles cenicientos. Entendiste que se extinguió el mar de los lunes en el trabajo, el hacer planes existenciales durante la compra del súper. Entendiste y continuabas en silencio, sin decir nada, pero diciéndolo todo. Volvamos.

Y volvimos al apartamento, subimos las escaleras y cerramos la puerta con la seguridad de que nadie más entraría. Y volvimos porque no cabía otra posibilidad que volver, volver a nuestros recuerdos, volver a follar, volver a besarnos, volver hacer el amor, a dibujar en nuestra mente la esquina desde donde un día nos saludamos por primera vez y después nos despedimos tantas veces. Volver a nuestra habitación, cerrar las ventanas e impedir que el Smog nos consumiera y envolviera, (si no nos había consumido y envuelto ya en nuestra frágil conciencia). Conciencia de dudar si nuestras vivencias y nuestros sueños son y fueron parte de una realidad o de una muerte lenta como de niebla, de asfixia dulce, de recuerdos recíprocos. Aunque ya no nos importara que ya no queden ilusiones ni experiencias que soñar pues seguiré teniendo el matiz grisáceo de tus ojos, el olor a mar de tu piel, el aliento violeta de tu boca en la mía. Seguimos teniendo el retorno de una esquina.


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miércoles, 27 de abril de 2011

Ana María Matute, impresiones de su discurso

"El que no inventa no vive"

Acabo de escuchar un discurso maravilloso. Me he emocionado, he sentido el mar de infancia, y la fantasía de un mundo extraño. He sentido ternura, infinita y escasa en el hombre, en la mujer de hoy. He sentido a Ana María Matute, he vistos sus ojos que lloran, su mente que inventa, sus manos frágiles que escriben. He escuchado su voz, corazón inmutable y grande. Gracias, Matute. Gracias por hacernos soñar, por hacernos volar. Por revindicar la inteligencia no al servicio del dolor, ni del individuo egocéntrico, ni del egoísta; sino como herramienta para destornillar nuestra coraza de metal, caja de prefabricada sociedad. Para liberar la alegría que encerramos, celosos y avaros, dejándola pudrir entre días de invierno, esperando un verano que sólo nos alcanzará cuando abandónenos, cuando venzamos nuestros miedos. Gracias, Matute, por inventarnos un mundo en el que podremos vivir.


Discurso de Ana María Matute en PDF

miércoles, 20 de abril de 2011

Don't Stop Believin', Journey



Hoy os voy a presentar en, una canción para cada día, dos canciones, por eso de llevarse uno mismo la contraria. La primera es 20 de abril, de los Celtas Cortos; la segunda, una canción que no he parado de escuchar desde que lo hiciera por primera vez durante el capítulo final de Los Soprano. Un himno del grupo Journey: banda roquera melódica formada en 1973 y que con la valiosa incorporación del vocalista Steve Perry pudieron darle profundidad y fuerza a sus letras, ya que su voz ha sido reconocida como una de las mejores del rock gracias a un registro descomunal y a un timbre de voz nítido y certero. Don’t Stop Believin’ forma parte de su álbum más vendido, Escape, que también incluía a temas tan conocidos como Open Arms (nombre del karaoke al que voy usualmente) o Who’s Crying Now. Aparte de Los Soprano, es conocida también por la versión del programa televisivo Glee en 2009. Sin embargo, nadie ha conseguido igualar la fuerza que Journey le impregnaba en los ochenta. Dedicada para los que escuchan la música tan alta que hacen creer al vecino que los cuadros de su casa se mueven por la mano maliciosa de un fantasma.





jueves, 14 de abril de 2011

Escrito de un sueño

Aquí, la recopilación del texto entero. Lo voy a llamar al final provisionalmente "Escrito de un sueño".

I

No he vuelto a soñar más con él, ni con nadie. Sólo con el dinero esparcido en mi alrededor. ¿Acabaré como ese hombre materialista, conformista, mediocre, como aquellos a los que se aferra la burguesía actual? Tengo miedo. Miedo a quien realmente deseo convertirme. Miedo, no de ser rico, sino de serlo, y de no hallar más que un abismo. Vacío presurizado, asfixia. Descuento porcentual y chicos. Al menos quedan los chicos, y el sabor de mi farmacéutico preferido jugando en la bolera. ¿En la bolera? Era martes, fui con mi amigo Luis bajo un cielo de amalgamas rosas y castañas repletas de gusanos. Sin grandes planes por delante, vimos una peli. Después de contemplar una tela negra coloreada por actores catalogados como estrellas y diálogos surrealistas, nos pusimos esos zapatos que te dan un aire de payaso de centro comercial. Y entonces me topé con él.

II

Allí estaba, con esas piernas invisibles a través del mostrador de la farmacia, y ahora al alcance de la vista, de espaldas, vestido con unos vaqueros que se a ajustaban más peligrosamente conforme iba doblando las rodillas para precipitar la bola en la posición correcta. Se me hizo tan imposible no aplaudir de forma apoteósica cuando hizo un strike, que llamé su atención. Podría estar pensando: menudo idiota, en cambio, se volvió seriamente (dientes separados, mirada de ojos negros, y nariz chatita) para comprobar de donde venían los aplausos. Quizás imbuido por el trato social deferente de “el cliente siempre tiene la razón” esbozó una sonrisa y pronunció al fin las palabras clave: “Hola, ¿qué tal?”.

III

Si soy capaz de fijarme en aquellos vaqueros, en esas piernas, ¿de verdad sólo me importa el dinero? No, no solo me importan las piernas y el dinero… me gusta la literatura, y disfruto los domingos por la tarde cuando mi amigo Luis me cuenta los secretos profesionales de su consulta psicoanalítica. Me agradan muchas cosas, aunque solo sueñe con millones de euros ingresados en una cuenta bancaria, la mía.

IV

La realidad, poco a poco, se ha convertido en un pequeño infierno, el tema me obsesiona. Mi amigo me ha recomendado no pensar más, no seguir dándole vueltas. Pero yo nací con cuernos, es decir, taciturno por naturaleza. Cuando resulta que estoy apunto de no seguir pensando más en el sueño, cuando por fin me encuentro libre de conciencia, de saber que no iré el infierno, de ratificarme como buena persona y no dudar mas de mi honradez, cuando siento que todo el mal se diluye como colacao en leche, me alcanza la noche, y ésta me recuerda mi único sueño y temor: ganar la lotería. Me acuesto tiritando, con las manos puestas en la colcha y los ojos relajados tal como indica la cinta de autoayuda que me recomendó un compañero de trabajo. Los párpados caen mientras con todas mis fuerzas intento librarme de aquellos papelillos. Imposible. Por ello, la única alternativa que encuentro es el insomnio. ¡Qué ganas de padecer!

V

Al final, me he rendido, y he debido acudir a un especialista. Mi amigo Luis se negó a psicoanalizarme, se limitó a recomendarme un compañero de profesión. Enrique Gómez González.

VI

El despacho de un sicoanalista no tiene desperdicio en las películas: bolitas de relajación, diván, diseño austero, muebles de calidad y toda una serie de objetos que han sido catalogados de inútiles por los profesionales españoles. Claro, somos como ellos, pero a lo cutre. Allí no había bolitas y mares dando vueltas, sólo papeles bajo un bote repleto de bolígrafos y dientes de clínica privada costeados con el dinero de los desgraciados que entraban por la puerta de aquella consulta.

En un primer momento, bien:

- Buenos días – dijo él.

- Buenos días – contesté yo.

- Manuel Pizarro, ¿Cómo quiere que le llame?

- Sí, soy yo.

- De acuerdo, a mi me llaman Enrique, cuénteme que le ocurre.

- ¿Tiene hora? – No fue apropósito, quería asegurarme de que no me timara.

Después la cosa fue realmente mal. Enrique quería hacerme ver que el dinero no era tan importante. (¡Cómo que no es tan importante!) Entonces viendo la certeza de mi afirmación me preguntó por otras aficiones. Sin embargo, después de cincuenta y seis minutos transcurridos, salí mareado, deprimido, inútil, robado. Supongo que la estrategia consistió en la famosa terapia de choque pero a mí me funcionó tan bien que no he vuelto a ir.

VII

Hace unos días empecé a trabajar una idea que se le escapó al sicoanalista en su última y primera revisión: intentar recordar mi último sueño sin un centavo de por medio. Resultó fácil recordar ese momento mágico tan anhelado. Hasta llegué a escribirlo:

Hace veinte años, en un día indeterminado de instituto, la profesora de Lengua y Literatura faltó a clase. Mis compañeros empezaban a forjar una sonrisa risueña mientras los rayos del sol se colaban y bailaban por las mesas. Las hormigas daban a entender al mundo que nuestra profesora no volvería en mucho tiempo y que, dada la magnitud del desastre, habría que solucionarlo. Las voces de las niñas se mudaban de un lado para otro y las tizas dibujaron figuras obscenas en la pizarra gracias a la ausencia de autoridad que sufría la clase. Hasta que un aura de extraña realidad se apoderó de la estancia al tiempo que entraba un hombre mayor con bigote gris y pelo rizado. Sonreía como si le hubieran dado un premio Nobel, o como si estuviera a punto de contar un chiste muy largo. Al principio nadie pareció reconocerlo, pero yo, amante de la literatura estaba alucinado, patidifuso, inerme, muerto. Llegué a creer que le di una pésima primera impresión pues, cuando viró sus ojos hacía el pupitre donde estaba sentado, se topó con mi mirada perdida, una cara de bobo que le proporcionaron la información suficiente para catalogarme como el tonto de la clase, o al menos, el que no se entera de nada. Escribió su nombre en la pizarra y todos quedaron también inermes, pero no asombrados: ¡Nadie sabía de quién se trataba! Yo por aquel entonces sólo había leído cinco de sus novelas. Me alucinó aquella forma de describir un mundo repleto de personajes mágicos, las frases magistrales que parecían sonar al pasear mi lectura entre sus letras y el carácter primigenio de sus relatos. Quedé atrapado entre su universo y el aula, entre sus facciones y las portadas de los libros. Asido a un bucle de visiones que paró cuando el nuevo profesor comenzó a dar la clase. El tema versaba sobre los recursos estilísticos e inició la explicación de las anáforas. Su voz me raspó el oído: errónea y real, sin ningún nexo en común con su otra voz, la voz de sus escritos, me decepcionó. Sin embargo yo seguía manteniendo los ojos tan abiertos al dios que tenía enfrente que no advertid las notas de opinión de mis compañeros sobre el nuevo profesor. Al terminar la clase, que era la última, salieron pitando. El profesor se quedó elaborando una nueva lista con la que memorizar mejor los nombres de sus nuevos alumnos. Estos habían dejado el aula desierta, huérfano el silencio de papeles esparcidos en el recreo y una excepción, yo. Gabo alzó la vista y me observó como lo hacen las madres cuando deducen de forma irresoluta cual es el marisco fresco de las pescaderías. “Chico, te has tirado toda la clase mirando a las musarañas, ¿acaso te has enamorado?” Casi lo hago en ese mismo instante.

Solo que desperté de un sueño en el que aparecía Gabriel García Márquez.

Escritos por capítulos, VII (Final)

Leer el VI capítulo

VII (Final)

Hace unos días empecé a trabajar una idea que se le escapó al sicoanalista en su última y primera revisión: intentar recordar mi último sueño sin un centavo de por medio. Resultó fácil recordar ese momento mágico tan anhelado. Hasta llegué a escribirlo:

Hace veinte años, en un día indeterminado de instituto, la profesora de Lengua y Literatura faltó a clase. Mis compañeros empezaban a forjar una sonrisa risueña mientras los rayos del sol se colaban y bailaban por las mesas. Las hormigas daban a entender al mundo que nuestra profesora no volvería en mucho tiempo y que, dada la magnitud del desastre, habría que solucionarlo. Las voces de las niñas se mudaban de un lado para otro y las tizas dibujaron figuras obscenas en la pizarra gracias a la ausencia de autoridad que sufría la clase. Hasta que un aura de extraña realidad se apoderó de la estancia al tiempo que entraba un hombre mayor con bigote gris y pelo rizado. Sonreía como si le hubieran dado un premio Nobel, o como si estuviera a punto de contar un chiste muy largo. Al principio nadie pareció reconocerlo, pero yo, amante de la literatura estaba alucinado, patidifuso, inerme, muerto. Llegué a creer que le di una pésima primera impresión pues, cuando viró sus ojos hacía el pupitre donde estaba sentado, se topó con mi mirada perdida, una cara de bobo que le proporcionaron la información suficiente para catalogarme como el tonto de la clase, o al menos, el que no se entera de nada. Escribió su nombre en la pizarra y todos quedaron también inermes, pero no asombrados: ¡Nadie sabía de quién se trataba! Yo por aquel entonces sólo había leído cinco de sus novelas. Me alucinó aquella forma de describir un mundo repleto de personajes mágicos, las frases magistrales que parecían sonar al pasear mi lectura entre sus letras y el carácter primigenio de sus relatos. Quedé atrapado entre su universo y el aula, entre sus facciones y las portadas de los libros. Asido a un bucle de visiones que paró cuando el nuevo profesor comenzó a dar la clase. El tema versaba sobre los recursos estilísticos e inició la explicación de las anáforas. Su voz me raspó el oído: errónea y real, sin ningún nexo en común con su otra voz, la voz de sus escritos, me decepcionó. Sin embargo yo seguía manteniendo los ojos tan abiertos al dios que tenía enfrente que no advertid las notas de opinión de mis compañeros sobre el nuevo profesor. Al terminar la clase, que era la última, salieron pitando. El profesor se quedó elaborando una nueva lista con la que memorizar mejor los nombres de sus nuevos alumnos. Estos habían dejado el aula desierta, huérfano el silencio de papeles esparcidos en el recreo y una excepción, yo. Gabo alzó la vista y me observó como lo hacen las madres cuando deducen de forma irresoluta cual es el marisco fresco de las pescaderías. “Chico, te has tirado toda la clase mirando a las musarañas, ¿acaso te has enamorado?” Casi lo hago en ese mismo instante.

Solo que desperté de un sueño en el que aparecía Gabriel García Márquez.

Comenzar a leer desde el I capítulo

Escritos por capítulos, VI

Leer los capítulos IV y V

VI

El despacho de un sicoanalista no tiene desperdicio en las películas: bolitas de relajación, diván, diseño austero, muebles de calidad y toda una serie de objetos que han sido catalogados de inútiles por los profesionales españoles. Claro, somos como ellos, pero a lo cutre. Allí no había bolitas y mares dando vueltas, sólo papeles bajo un bote repleto de bolígrafos y dientes de clínica privada costeados con el dinero de los desgraciados que entraban por la puerta de aquella consulta.

En un primer momento, bien:

- Buenos días – dijo él.

- Buenos días – contesté yo.

- Manuel Pizarro, ¿Cómo quiere que le llame?

- Sí, soy yo.

- De acuerdo, a mi me llaman Enrique, cuénteme que le ocurre.

- ¿Tiene hora? – No fue apropósito, quería asegurarme de que no me timara.

Después la cosa fue realmente mal. Enrique quería hacerme ver que el dinero no era tan importante. (¡Cómo que no es tan importante!) Entonces viendo la certeza de mi afirmación me preguntó por otras aficiones. Sin embargo, después de cincuenta y seis minutos transcurridos, salí mareado, deprimido, inútil, robado. Supongo que la estrategia consistió en la famosa terapia de choque pero a mí me funcionó tan bien que no he vuelto a ir.

Leer el final, VII capítulo

Escritos por capítulos, IV y V

(Leer el II y III capítulo)

IV

La realidad, poco a poco, se ha convertido en un pequeño infierno, el tema me obsesiona. Mi amigo me ha recomendado no pensar más, no seguir dándole vueltas. Pero yo nací con cuernos, es decir, taciturno por naturaleza. Cuando resulta que estoy apunto de no seguir pensando más en el sueño, cuando por fin me encuentro libre de conciencia, de saber que no iré el infierno, de ratificarme como buena persona y no dudar mas de mi honradez, cuando siento que todo el mal se diluye como colacao en leche, me alcanza la noche, y ésta me recuerda mi único sueño y temor: ganar la lotería. Me acuesto tiritando, con las manos puestas en la colcha y los ojos relajados tal como indica la cinta de autoayuda que me recomendó un compañero de trabajo. Los párpados caen mientras con todas mis fuerzas intento librarme de aquellos papelillos. Imposible. Por ello, la única alternativa que encuentro es el insomnio. ¡Qué ganas de padecer!

V

Al final, me he rendido, y he debido acudir a un especialista. Mi amigo Luis se negó a psicoanalizarme, se limitó a recomendarme un compañero de profesión. Enrique Gómez González.

Leer el VI capítulo

Escritos por capítulos, II y III

Aquí os dejo los dos siguientes capítulos. (Por cierto, el texto ya estaba escrito, sólo son tres páginas y me he rendido a convertirlo en algo, cuento, artículo o lo quiera que sea esto. Lo publico por entregas ya que creo que resulta ser más cómodo tomarse con un pequeño texto, que con uno extenso).

Lee el I Capítulo.

II

Allí estaba, con esas piernas invisibles a través del mostrador de la farmacia, y ahora al alcance de la vista, de espaldas, vestido con unos vaqueros que se a ajustaban más peligrosamente conforme iba doblando las rodillas para precipitar la bola en la posición correcta. Se me hizo tan imposible no aplaudir de forma apoteósica cuando hizo un strike, que llamé su atención. Podría estar pensando: menudo idiota, en cambio, se volvió seriamente (dientes separados, mirada de ojos negros, y nariz chatita) para comprobar de donde venían los aplausos. Quizás imbuido por el trato social deferente de “el cliente siempre tiene la razón” esbozó una sonrisa y pronunció al fin las palabras clave: “Hola, ¿qué tal?”.

III

Si soy capaz de fijarme en aquellos vaqueros, en esas piernas, ¿de verdad sólo me importa el dinero? No, no solo me importan las piernas y el dinero… me gusta la literatura, y disfruto los domingos por la tarde cuando mi amigo Luis me cuenta los secretos profesionales de su consulta psicoanalítica. Me agradan muchas cosas, aunque solo sueñe con millones de euros ingresados en una cuenta bancaria, la mía.

Leer el IV y V capítulo

miércoles, 13 de abril de 2011

Escritos por capítulos

Si en los periódicos se realizan novelas por entregas, ¿se podría hacer lo mismo con un relato en el blog? Y aún más, ¿se podría publicar aún sabiendo, mejor dicho, no sabiendo la naturaleza del escrito: si es artículo o cuento, novela corta inacabada, o simples páginas escritas? Para estar cogiendo electrones entre los archivos, prefiero publicarlas por aquí, por entradas (no las de la cabeza, sino las del blog). No tiene título. Se aceptan sugerencias.Por ahora las iré entregando con el rancio nombre de Escritos por capítulos: aquí os dejo el primero.

I

No he vuelto a soñar más con él, ni con nadie. Sólo con el dinero esparcido en mi alrededor. ¿Acabaré como ese hombre materialista, conformista, mediocre, como aquellos a los que se aferra la burguesía actual? Tengo miedo. Miedo a quien realmente deseo convertirme. Miedo, no de ser rico, sino de serlo, y de no hallar más que un abismo. Vacío presurizado, asfixia. Descuento porcentual y chicos. Al menos quedan los chicos, y el sabor de mi farmacéutico preferido jugando en la bolera. ¿En la bolera? Era martes, fui con mi amigo Luis bajo un cielo de amalgamas rosas y castañas repletas de gusanos. Sin grandes planes por delante, vimos una peli. Después de contemplar una tela negra coloreada por actores catalogados como estrellas y diálogos surrealistas, nos pusimos esos zapatos que te dan un aire de payaso de centro comercial. Y entonces me topé con él.

Lee el II y III capítulo

miércoles, 6 de abril de 2011

Blog: 365 canciones

La historia de este blog arranca el 1 de abril. Aunque se fraguó mucho antes con el deseo de aprender sobre los temas que siempre escucho, con la decisión de escribir cada día un cachito sobre la historia de estas canciones. (Sólo un cacho, unas cuentas líneas). La idea surgió como un ejercicio práctico con el fin de memorizar con mayor facilidad los nombres de los artistas y sus obras. Pero después me di cuenta que podía compartir este material con el mundo, con mis amigos, con mis lectores y con todos aquellos interesados por la música. Este blog es el producto final: 365 canciones, una canción para cada día.



martes, 5 de abril de 2011

El Crack de 2009

Ahora os quiero presentar un libro escrito por 49 autores, entre los cuales me encuentro yo. Es un honor para mí estar entre escritores tan reconocidos como Lorenzo Silva o amigos como Ramón Alcaraz, Lola Buendía o María Monjas. Todo ello auspiciado por el trabajo impecable de Noemí Trujillo Giacomelli.

Se trata de un libro recopilatorio de historias relacionadas con el crack de 2009, 49 formas, ángulos desde el que contar la cara humana de la crisis. Lo podéis adquirir a través de esta página. También encontrareis información de todos sus autores, y fragmentos de algunos de los relatos. Por último decir que "El Crack de 2009" será presentado en el festival de Vilapoètica, al que os vuelvo animar que asistáis.

"La igualdad de la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea necesitado de venderse." Jean-Jacques Rousseau

Vacaciones y Vilapoètica

Al fin he terminado el curso de turismo. Ya soy Técnico Superior después de un proyecto agotador. Supe la nota de éste último el treinta de marzo, y desde entonces vivo en una nube. Vacaciones. Ya puedo dedicarle tiempo al blog, a la poesía y a la escritura (que para mí son como tres mellizos que logro diferenciar porque el más fuerte usa una gorra azul, el listo una rosa y el último, el más sincero, no lleva; pero que en realidad están hechos de la misma materia: la palabra).

Más que contaros mi vida, lo que pretendía era dejaros la información sobre un estupendo festival poético y de sonrisas que ha organizado Noemí Trujillo. Estoy invitado, aunque no podré ir por motivos económicos y personales, conjunción fatídica e irresoluble. Sin embargo, tengo la alegría de haber participado en un libro conjunto que promocionaré en el siguiente post. Por ahora es VilaPoètica el evento al que quiero que vayáis (si podéis), seguro que merecerá la pena. Os pego con fixo la confortable página Web, ahí tenéis información del día, la hora y el lugar. Yo mientras tanto voy acoplando las nubes para que ese dia llueva a gusto de unos pocos enamorados: los amantes de la poesía.

http://www.vilapoetica.org/

sábado, 12 de marzo de 2011

Aquí, mi pequeño manifiesto antinuclear

me tenía que desahogar...

Antes, yo era un pro nuclear. Curiosamente, hace unos seis meses me dio por investigar sobre la energía. Descubrí muchas cosas, pero que en concreto la energía nuclear contamina. Y de diversas formas. Emite Co2, porque gran parte de su construcción, de la fabricación del combustible, y otros muchos procesos precisa de ello. Aparte del Co2, algunas de ellas expulsan vapor de agua, que también contribuye a disparar el famoso efecto invernadero.

También se han descubierto anomalías en los entornos de muchas centrales nucleares. Esas irregularidades son escapes de radiación. Y después viene el problema de los residuos. Siempre se escucha el cuento de que van a descansar en una cueva, en unos depósitos ultraseguros... pero lo que no te dicen que es que en nuestro continente hay dos instalaciones (Centro COGEMA de La Hague -en Francia- o en Sellafield -Reino Unido- que son las únicas plantas de reprocesado existentes en Europa) que vierten al mar ingentes cantidades de fluido radiactivo. Sobre todo se han detectado problemas en la inglesa. Por supuesto, las autoridades lo admiten, pero no que sea perjudicial para la salud. En el caso de Inglaterra, la media de leucemia en niños por los alrededores de Sellafield es como 10 veces mayor que la británica. Pero no, eso es casualidad, y la energía nuclear es segurísima y limpia. Y baratísima.

Y baratísima. Si tenemos en cuenta que el primer argumento de defensa de la nuclear es su bajo precio, podemos rebatirlo fácilmente con las necesarias y extremas medidas de seguridad, con la posibilidad de un accidente que costaría miles de millones, con el desmantelamiento de las centrales al final de su vida útil, con el coste social, y que al ser un estado de bienestar, se convierte en un coste económico pues es obligatorio acarrear con los gastos de los tratamientos de salud de las personas afectadas. Podríamos sumar incluso el coste que supone gestionar los residuos radiactivos… Y creerme, hay muchos más. La mayoría de estos no están contemplados, y si lo están, de forma muy optimista. En realidad, en caso de desastre, que es posible, como demuestran los datos, como nos ha demostrado Japón en los últimos días, la factura se dispararía tanto que hubiera sido más barato construir molinos de viento…. hechos de oro.

Aparte de estos costes económicos, se haya el hecho de la destrucción de paisajes naturales, de la muerte de miles de animales. Y por último, debemos pagarlo con la salud de los humanos, de nosotros mismos, de los que han tenido suerte en la única lotería que no deseamos que nos toque, la del cáncer. Desgraciadamente, cada vez premian a más gente.

lunes, 28 de febrero de 2011

Un apretón de gala

La 83º edición se recordará ante todo por ser Los Oscar de las Madres. Horterillas, pero lo suficientemente decentes para resultar entrañables. Si brillaron por encima del resto, fue porque la alfombra roja resultó un atropellado paseo de vestidos empolvados. Y cuando alguna mujer llamaba la atención, normalmente lo hacía de forma estrepitosa. Con este panorama, sólo se salvaron de la quema Natalie Portman, Scarlett Johansson, Sandra Bullock y Annette Bening. Las demás pasaron sin pena ni gloria, aunque a veces con más pena (véase a la pobre Nicole Kidman). El glamour se quedó en casa, como mi querida Julianne Moore, Además, una gala sin la todopoderosa Meryl Streep se me hace irreal. Una alfombra sin grandes estrellas, olvidable excepto por ver las mamas aumentadas de la recién parida Pe.

Ver La gala a través Canal Plus me resultó un coñazo, pues estos chicos bien intencionados (tanto durante la alfombra como en la gala) no criticó ni el vestuario. Demasiado correctos. No hubo más remedio que alternar con el cotarro de La Ser para escuchar a Boris Izaguirre comentar que algunas actrices de Hollywood se habían puesto botox hasta en los sobacos. (Véase, de nuevo, a la pobre Nicole Kidman). Propongo cambio de personal para la gala 84º. Porque, ¿He dicho ya que la gala fue un completo aburrimiento? Como presentadores dos papas fritas muy guapas, muy apetecibles, pero en fin, dos papas fritas. Sobre todo él. ¿Qué le ocurrió a Franco? ¿No le iba bien la conexión con Twiter? Qué decepción, con lo bien que ha trabajado en películas como 127 horas, o Harvey Milk. Por muchos saltos que Anne Hathaway diera a su alrededor, no hubo forma de reanimarlo. O casi, de repente emergió un graciosísimo Kirk Douglas, haciendo reir y dando clases de clase. Uno, tan inocente, llegó a pensar, que por fin empezaba lo bueno, pero al final resultó ser el único momento en el que saltó la chispa.

Tampoco saltó con los premiados, mi favorita Toy Story 3, se conformó con el Oscar a mejor filme de animación. La ceremonia se ralentizaba todavía aún más con las canciones interpretadas y los agradecimientos de los galardonados. ¡Para estas cosas está el Facebook! Dos horas después se confirmaron las evidencias dándole la estatuilla a Natalie Portman y a Colin Firth. Aunque este último nos sorprendió con el apretón de los Oscar. Debió acelerar su discurso e irse corriendo al baño. Desde luego que habría sido el mejor final posible para salvar, de forma escatológica, una gala a todas luces mediocre.

PD: Felicidades a todos los andaluces.

domingo, 2 de enero de 2011

Tobogán azul

Como todos los días, mi gato se acuesta sobre mi brazo, después se duermen sus ojos y mis dedos. Me encanta. Me encanta sentir su ronroneo, hablar con él a través de sus maullidos y despertarlo en sueños. Sentir el peso de su cuerpo. Mostrándome que al menos él sigue siendo el mismo ceporro de siempre. Porque las cosas, los años, cambian. Me hacen mudar de una piel a otra, escurrirme tan adentro que, cuando alcanzo a mirar en el espejo, sólo oigo un murmullo, un reflejo de la canción que fui. Años. Es así como uno se percata de estar regalando la juventud por la vejez. Y el único camino que encuentro para invertir el proceso es huir al país de los primeros años, porque sólo siendo niño soy capaz de aprehender nuevas sensaciones. Porque solo siendo niño mantengo la posibilidad de la esperanza. Claro que no es fácil. No es fácil ser niño cuando sé es adulto. Aunque antes de ahogarme en el lago de la siniestra indiferencia, prefiero correr el riesgo de romperme las cuerdas vocales, las piernas o los recuerdos mientras intento deslizarme por un tobogán de color azul.
Feliz MMXI