sábado, 12 de marzo de 2011

Aquí, mi pequeño manifiesto antinuclear

me tenía que desahogar...

Antes, yo era un pro nuclear. Curiosamente, hace unos seis meses me dio por investigar sobre la energía. Descubrí muchas cosas, pero que en concreto la energía nuclear contamina. Y de diversas formas. Emite Co2, porque gran parte de su construcción, de la fabricación del combustible, y otros muchos procesos precisa de ello. Aparte del Co2, algunas de ellas expulsan vapor de agua, que también contribuye a disparar el famoso efecto invernadero.

También se han descubierto anomalías en los entornos de muchas centrales nucleares. Esas irregularidades son escapes de radiación. Y después viene el problema de los residuos. Siempre se escucha el cuento de que van a descansar en una cueva, en unos depósitos ultraseguros... pero lo que no te dicen que es que en nuestro continente hay dos instalaciones (Centro COGEMA de La Hague -en Francia- o en Sellafield -Reino Unido- que son las únicas plantas de reprocesado existentes en Europa) que vierten al mar ingentes cantidades de fluido radiactivo. Sobre todo se han detectado problemas en la inglesa. Por supuesto, las autoridades lo admiten, pero no que sea perjudicial para la salud. En el caso de Inglaterra, la media de leucemia en niños por los alrededores de Sellafield es como 10 veces mayor que la británica. Pero no, eso es casualidad, y la energía nuclear es segurísima y limpia. Y baratísima.

Y baratísima. Si tenemos en cuenta que el primer argumento de defensa de la nuclear es su bajo precio, podemos rebatirlo fácilmente con las necesarias y extremas medidas de seguridad, con la posibilidad de un accidente que costaría miles de millones, con el desmantelamiento de las centrales al final de su vida útil, con el coste social, y que al ser un estado de bienestar, se convierte en un coste económico pues es obligatorio acarrear con los gastos de los tratamientos de salud de las personas afectadas. Podríamos sumar incluso el coste que supone gestionar los residuos radiactivos… Y creerme, hay muchos más. La mayoría de estos no están contemplados, y si lo están, de forma muy optimista. En realidad, en caso de desastre, que es posible, como demuestran los datos, como nos ha demostrado Japón en los últimos días, la factura se dispararía tanto que hubiera sido más barato construir molinos de viento…. hechos de oro.

Aparte de estos costes económicos, se haya el hecho de la destrucción de paisajes naturales, de la muerte de miles de animales. Y por último, debemos pagarlo con la salud de los humanos, de nosotros mismos, de los que han tenido suerte en la única lotería que no deseamos que nos toque, la del cáncer. Desgraciadamente, cada vez premian a más gente.