viernes, 20 de mayo de 2011

La generación nini

"Sin casa/ Sin curro/ Sin pensión/ Sin miedo" Sin Futuro

Nos llamaron la generación nini. Los que ni estudian, ni trabajan. Lo cierto es que algunos de nosotros estudiamos más que varias generaciones juntas. Lo cierto es que, trabajando no podíamos (ni podemos) intentar siquiera independizarnos, primer requisito para establecer un mundo propio, o al menos para desarrollarlo. Pero rompimos las reglas, no por valentía, sino por impotencia, por la necesidad impuesta de conformarnos con el cuartucho familiar en el que crecimos. Esa es nuestra generación, la generación más mimada de la historia, pero la generación que ha visto el mundo tambalearse. La generación de la vagancia. Nadie apostaba por ella. Pero nuestra generación no la conforman ni viejos, ni adultos, ni jóvenes: somos los que perdimos el partido en un sistema amainado por los bancos, y consentido por los árbitros corruptos del gobierno. La generación que ni se identifica, ni se conforma, ni cree en el bipartidismo: ni en la derecha, ni en la izquierda española, ni en el PSOE, ni en el PP. La generación de los videojuegos, de los internautas, de los perros flautas, de los frikis. La generación de los indies, de los intelectuales, de los cotillas, de los que curran, de los que hincan los codos, de los que perdieron su hogar, y de los que lo conservan. Somos la nueva ola, el nuevo impulso, el nuevo mayo francés. Somos, la generación Nini.


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Fragmento de mi nuevo poemario

"sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos." A.Machado, Las Moscas


Cada pedacito de pastel

en tu boca

sedienta planta carnívora

de moscas

muertas.


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sábado, 14 de mayo de 2011

Smog

"Se me ocurrió que la extraña niebla que antes habíamos visto se habría disipado, pero no era así. Por el contrario, avanzaba. En aquel momento había llegado a la mitad del lago." La Niebla, Stephen King


Cuando quise despedirme, a la vuelta de esa esquina en la que nos decimos adiós, pude ver el reflejo de tus ojos, el sabor de tu labio inferior, la palidez de tus mejillas. Y entonces me convenciste, te convencí. Quédate un rato más, un rato más hasta mañana. Retorno y vuelta sobre nuestros pies para, nuevamente, tropezar en los escalones mientras me besas y avanzar hacia la cama donde rozar en mi espalda la noche hasta la apertura de una mañana fría pero densa. Densidad matutina que parecía haber vestido el humor de nuestras sábanas, vistiéndose de ella, y engalanándose con la pesadez propia de una habitación mal ventilada. Por eso al abrir las ventanas, la quietud del cielo me asombró en su ausencia. El cielo, que yo entendía como tal, se había esfumado. No alcanza a ver aquella casa de enfrente, aquel jardín donde cada mañana una anciana proveía de comida a los gatos callejeros, ni el hambre del vagabundo en la acera, ni el kiosco de Alfonsín que me guardaba el periódico de ayer, noticias que a nadie interesara. No podía encontrar ni el olor a huevos con beicon del vecino. Se había desvanecido hasta el sonido de las bocinas, el llorar de los niños. La sonrisa de tu rostro.

Te miré y supe discernir que ya no pensabas quedarte un rato más, que no volvería a convencerte, que debías ir al trabajo aunque fuera domingo. Sabía que me convenía reír cuando mintieras. Por eso reí siempre.

Al salir por la puerta, te acompañé. Pero tú, envuelto en la sencillez metafísica que predicas no te diste cuenta de que el smog nos había transportado a un planeta, mi apartamento, del que no conseguiríamos salir. Sumido en tu ignorancia, golpeaste la calle con los pies cayendo al suelo. Suelo inexistente, reconvertido en terreno blando, viscoso, como nube silenciosa que te hubiera absorbido entre sus fauces sino fuese porque te agarré fuerte de las manos. Helado, te acercaste a mí, calentadote con mi aliento, mojando mi camisa con tus lágrimas. Y Entendiste. Entendiste que nunca podríamos saborear el cereal, que se agotaron los sábados de fútbol y las horas muertas de parques verdes, flores amarillas y árboles cenicientos. Entendiste que se extinguió el mar de los lunes en el trabajo, el hacer planes existenciales durante la compra del súper. Entendiste y continuabas en silencio, sin decir nada, pero diciéndolo todo. Volvamos.

Y volvimos al apartamento, subimos las escaleras y cerramos la puerta con la seguridad de que nadie más entraría. Y volvimos porque no cabía otra posibilidad que volver, volver a nuestros recuerdos, volver a follar, volver a besarnos, volver hacer el amor, a dibujar en nuestra mente la esquina desde donde un día nos saludamos por primera vez y después nos despedimos tantas veces. Volver a nuestra habitación, cerrar las ventanas e impedir que el Smog nos consumiera y envolviera, (si no nos había consumido y envuelto ya en nuestra frágil conciencia). Conciencia de dudar si nuestras vivencias y nuestros sueños son y fueron parte de una realidad o de una muerte lenta como de niebla, de asfixia dulce, de recuerdos recíprocos. Aunque ya no nos importara que ya no queden ilusiones ni experiencias que soñar pues seguiré teniendo el matiz grisáceo de tus ojos, el olor a mar de tu piel, el aliento violeta de tu boca en la mía. Seguimos teniendo el retorno de una esquina.


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