jueves, 24 de junio de 2010

La cama

Son las cinco y media de la noche, de la madrugada, de la mañana. Tengo un sueño de espanto, es decir, no estoy seguro de si lo tengo o no. Estoy acomodado en el sofá, con el peso del portátil sobre una mesita blanca de hospital proletario. Me duele la espalda, y los ojos. La espalda de tanto comer Los ojos de tanto leer, de tanto mirar a la pantalla, de tanto notar la cama revuelta. Porque mi cama se ha convertido en un ala extraespacial de un mercadillo. Yacen libros leídos a los que debo una reseña, yace por ejemplo un libro de cuentos de Cortázar, yacen también dos tomos gigantes de Historia Medieval. Descansan discos de Amaral, de Ray Charles, de Bruce Springsteen, botellas de agua vacía, restos de pizza adheridos al plato de la cena que ya temporalmente casi ha pasado a formar parte del almuerzo. Se hallan también un ventilador, varios cojines inútiles y restos de basura, por así decir, aunque no exista otra forma de decirlo, y también porque lo peor no es la basura, lo peor es que todavía no he terminado esta reseña de Borges, ni de Italo Calvino. Ni tampoco la de Laura Esquivel y su agua para chocolate, ni tampoco me deshice del viaje del elefante, ni de los pensamientos de Adriano, ni de los poemas de Altolaguirre, Hierro, Aleixandre y Rojas. Por no hablar ya de las películas. Por eso hoy me he puesto en el ordenador Indiana Jones y Tomb Raider, a ver si despejaba la mente para mantenerla en blanco. Por lo que he podido comprobar, la maniobra no ha funcionado del todo. Mañana probaré con la segunda parte. Por hoy, nada más, buenas noches (buenos días) y mucha suerte.