jueves, 14 de abril de 2011

Escritos por capítulos, VI

Leer los capítulos IV y V

VI

El despacho de un sicoanalista no tiene desperdicio en las películas: bolitas de relajación, diván, diseño austero, muebles de calidad y toda una serie de objetos que han sido catalogados de inútiles por los profesionales españoles. Claro, somos como ellos, pero a lo cutre. Allí no había bolitas y mares dando vueltas, sólo papeles bajo un bote repleto de bolígrafos y dientes de clínica privada costeados con el dinero de los desgraciados que entraban por la puerta de aquella consulta.

En un primer momento, bien:

- Buenos días – dijo él.

- Buenos días – contesté yo.

- Manuel Pizarro, ¿Cómo quiere que le llame?

- Sí, soy yo.

- De acuerdo, a mi me llaman Enrique, cuénteme que le ocurre.

- ¿Tiene hora? – No fue apropósito, quería asegurarme de que no me timara.

Después la cosa fue realmente mal. Enrique quería hacerme ver que el dinero no era tan importante. (¡Cómo que no es tan importante!) Entonces viendo la certeza de mi afirmación me preguntó por otras aficiones. Sin embargo, después de cincuenta y seis minutos transcurridos, salí mareado, deprimido, inútil, robado. Supongo que la estrategia consistió en la famosa terapia de choque pero a mí me funcionó tan bien que no he vuelto a ir.

Leer el final, VII capítulo

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Bien empezamos...


Mark de Zabaleta