ECLIPSE
Fue en los últimos días de verano cuando surgió, entre mis amigos escritores, una eterna disyuntiva humana: ¿el fin justifica los medios? Es una pregunta que afectará en distintos ámbitos y dioses humanos. Ares, Eros, en la guerra, en el amor, en la política, o finalmente, en el arte recaerán nuestros veredictos, sean tomados con la razón o sin ella, son actos humanos encadenados, buscando un fin.
Siempre habrá distintos caminos, tantos como personas que adopten amar, combatir o crear. Si queremos ganar una guerra, ¿podremos adoptar cualquier estrategia? ¿Debemos hacer caso a nuestro deseo de crear arte, aún sacrificando nuestra propia vida? ¿Debemos de continuar ese camino mientras existan otros problemas más graves por solucionar?
Estas preguntas nos alejan de aquel debate que nació a finales de este verano. A pesar de ser cuestiones más interesantes, olvidadas por los filósofos comerciales, no olvidaré la luz de la siesta en la ventana despertándome en la hamaca de mi habitación. No olvidaré esa luz de verano mientras debatíamos y reflexionábamos en la noche de lunas claras. No deseamos discutir sobre nuestra fragilidad sino sobre la ajena, no queríamos hablar de nosotros, sino de aquellos espectadores que están fuera del proceso creativo, pero que forman parte de la obra en cuanto empiezan a leerla. Aquel fue nuestro punto del debate, pues partíamos de un supuesto: lo que le sobrevenga a cada uno de nosotros, es cosa nuestra y de nuestra responsabilidad, cual botella de vodka peligrosamente bella en la noche de una temida despedida.
El meollo radicaba en un problema muy corriente que padecen los escritores (y que no ocurre con tanta frecuencia en otros artistas) aquel problema era y es: ¿Debemos escribir una historia basada en hechos reales que pueda afectar emocionalmente, o incluso socialmente a algunos de las personas involucradas?
No parece que haya una respuesta unánime, ni siquiera una segura por parte de cada uno de nosotros. Casi todos coincidíamos en que el artista debe narrar los hechos lo más cerca de la realidad pero disfrazándola de tal modo que no se consiga identificar a los personajes. Además, su obra no debería perder el interés artístico a causa de aquella metamorfosis. Si el escritor era capaz de realizar semejante proeza, se le declaraba “apto” para publicar su obra.
Existía la obra perfecta si la luna traspasaba al sol dejando un anillo amarillo de realidad, dónde fuese quimérico viajar al centro oscuro de aquel astro con el propósito de descubrir los detalles escabrosos. Un eclipse es bello e inocente.
Pero, ¿y cuándo es imposible concebirlo?
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Este artículo será divido en tres secciones, la segunda parte se publicará en este mismo blog.
Aquí está la segunda parte:
TODO POR EL ARTE (II) Deberes y Derechos
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Escrito y editado por Juan Manuel Rodríguez de Sousa
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