miércoles, 26 de marzo de 2008

La mujer y el peine de los cabellos dorados.

Un día, mientras caminaba por una estrecha y oscura calle, Gustavo encontró un peine tirado en el suelo. En él quedaban restos de un cabello rubio, casi dorado; enseguida tuvo deseos de conocer a la dueña de aquel objeto. Se la imaginó como a una sueca, blanca y a la vez bronceada por el sol de Andalucía; toda cubierta por un halo de belleza nórdica, alta, con las piernas muy largas, muy largas.

Siguió unos segundos obnubilado en su imaginación, admirando los hilos de oro en el peine cuando en el umbral de un pequeño portal, que más parecía un boquete en un muro de piedra descubierta, vio una imagen de ensueño: una mujer de espaldas, con una enorme cabellera rubia hasta los pies, emanaba una luz mágica y aterradora al mismo tiempo. No se le veían más que cabellos, y si hubiera estado desnuda habría sido imposible saberlo.

Gustavo era un joven de apenas diecisiete años, débil y temerario a la vez, buen estudiante y amante de las lenguas antiguas. No se hubiera imaginado que tras las centenarias calles del centro histórico malagueño viviría una experiencia tan fantástica. Movido por el deseo y la curiosidad, se dirigió decidido y cautivado hacia aquella figura inquietante. Justo cuando estaba a un palmo de aquella melena, la figura se desvaneció como por arte de magia. Gustavo se quedó petrificado, se convirtió en una inmóvil estatua, desamparado a merced de la amarga malicia escondida detrás de aquel viejo umbral de piedra.

Nadie supo que le ocurrió a Gustavo en ese día, pasaron los meses y su rostro fotografiado colgaba por multitud de farolas, papeleras, escaparates; un enunciado en letras grandes decía así: “Desaparecido”.

Una sombra dorada cruzó una noche la estrecha y oscura calle, llevaba un peine con cabellos rubios en su vieja mano y lo dejó caer justo en el mismo sitio donde un año antes, en una cálida mañana de primavera, Gustavo hubo de recogerlo inocentemente para irse de este mundo, para dejar de existir y habitar entre los vivos.

puerta miesteriosa con rubia en la puerta

Cuento escrito por Juan Manuel Rodríguez de Sousa.

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