En la distancia también se cosen hilos,
se mandan los novios cartas de ausencias
que ya no encuentran en el tiempo perdido
la placita de una arruga sin pasar de largo.
El reloj camina indiferente a los actos,
A tus actos de teatro tímido, escondido
detrás de la cortina o de un telón gastado
que ya no puede abrirse ante el público
(ante mis siestas)
Porque la arruga y el reloj van de la mano
agujas que rayan la piel y el tiempo
descosiendo la madeja de una abuela en la butaca
de una infancia de recuperación quimérica.
(canicas, castillos de arena, casitas de lego).
Si no es posible releer las notas adolescentes
que se quemaron en el Fahrenheit de los olvidos casuales
al menos echemos la culpa al cuco atropellado
o a las perennes sirenas de recreos que murieron
(que no avisaron que detrás de una esquina
se escondía lo irrecuperable)
Sentar y caer entre las rodillas invisibles
cual viejo que acaricia la niñez
y le desnuda la conciencia
letalmente
como estallando en la alfombra de un mar de clavos
asesinos de pompas ilusorias.
Porque los juegos caducos tienen un precio:
veneno de la medusa que le picó a una cobra
para desvanecerse después solito en la esquina de una acera
y que pasen frente a ti los viandantes como el viento
(como si nada).